miércoles, 8 de junio de 2011

Ragusa, dos cavas, dos colinas, dos catedrales

Uno llega a Ragusa, a unos kilómetros del Estrecho de Sicilia y del mar Jónico, al sur de la isla, y dice: no puede ser verdad. Esto es una alucinación. He conducido muchas horas, estoy demasiado cansado.


Distorsiona mi vista. Es como la ciudad de Módica, pero en grande, por partida doble y elegante. Un sueño. Qué me he tomado?. Si hace meses que no me drogo con nada.


A ver, antoñito valverde, céntrate. Dos valles unidos por cuatro puentes. Es posible. Dos catedrales: eso puede ser conflictivo, por lo de los dos prelados en la misma ciudad. Pero las dos colinas de arquitecturas imposibles son, eso, imposibles. Más alucinatorias que la paz con dos obispados en la misma ciudad.

Y además, no son muchos, 70 mil ragusianos. Descendientes de los sículos, como todos los sicilianos de esta esquina sur de la isla. Sus ancestros dejaron huellas en estos riscos calizos y en los valles feraces desde la edad del bronce.



Luego, lo de siempre. Los griegos los civilizan; la dominan un tiempecillo los cartagineses; los romanos entran a sangre y fuego; los bizantinos la fortifican, pero la pierden cuando llegan los árabes en el 848; y los normandos arrasan a los sarracenos en el siglo XI, cuando los apoyaba el Antipapa. Y la hacen ciudad condal. Lo que se dice un feudo.


La ciudad está llena de monumentos, con su barrio viejo y su zona nueva. Gestiona una buena playa y es capital de provincia.



Pero esa aparente normalidad, una vez que estás dentro y recorres sus calles, es una belleza irreal cuando la ves de frente, a un centenar de metros de distancia.



El Duomo de San Giorgio, con su fachada-torre y su cúpula, obra de Rosario Gagliardi, es la obra culmen de esta ciudad barroca, también patrimonio de la humanidad. Como otros siete muncipios del valle de Noto.


El Duomo se construyó, como casi todo en esta zona, tras el terremoto de 1693, que en Ragusa dejó cinco mil finados. La comenzaron en 1738 y la terminaron en 1775, y no fueron lentos.


Cuatro puentes separan las dos colinas a las que se agarran las construcciones como líquenes a las rocas. De Ragusa, por estar fuera de las rutas turísticas, se dice que es una isla dentro de la isla siciliana.


Ragusa Ibla es la vieja Ragusa, la que sufrió el terremoto. Se reconstruyó y, en la colina de al lado, surgió la nueva Ragusa.


Dos valles las circundan, la cava san Leonardo y la cava santa Doménica. Es una ciudad agrícola. Con sus minas de alquitrán se han asfaltado las calles de media Europa.


Y, aunque por su arquitectura imposible parezca alta, está sólo a 300 metros sobre el nivel del mar. Los que sufren vértigo no se lo creen.


La Ragusa Superiore, la nueva, se construyó sobre el pueblo vecino de Patro, tras el seísmo de finales del XVII. En 1927, un jerarca fascista unió administrativamente las dos ragussas y les dio la capitalidad de la provincia, que era de Módica hasta entonces.


La Ragusa Ibla y la Superiore se vinculan físicamente por el valle de los cuatro puentes.


Las otra catedral, la de San Giovanni Battista, se disputa la primacía eclesial de la villa con el Duomo de san Georgio. No quiero ni pensarlo.



San Giovanni, en la zona vieja, es más antigua, pero por poco. Se inició antes que san Giorgio, en 1718, aunque se terminó después, en 1778.


No entré en la iglesia de San Tommaso, reedificada también tras el gran terremoto sobre una iglesia normanda que estaba dedicada a una virgen tocaya mía, Santa María de Valverde.

Pero lo que vi, me fascinó. Y, aunque no estuve mucho tiempo, me he prometido volver a las ragussas para verlas con más calma. Y sin distorsiones alucinatorias.




Esto fue parte de lo que contemplé, antes y después de unos excelentes espaguetis carbonara en un pequeño restaurante ragussiano. Y acabo de averiguar que sólo hay un obispo en Ragusa, el de la diócesis de san Juan Bautista. San Giorgio es un duomo sin prelado. Menos mal. Por ciento, lo que se ve al fondo es una montaña, el mar queda

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